El hombre homérico: un todo con órganos pero sin alma

«El hombre homérico tiene de hecho una estructura diferente de la que hoy conocemos. El hombre no es en modo alguno esencialmente el mismo en todas las edades y regiones. La naturaleza humana tiene también su historia, y sus vicisitudes son quizá lo que tiene más importancia e interés entre todos los sucesos históricos.

El lenguaje de Homero no tiene palabras para designar el alma de un hombre vivo y, en consecuencia, tampoco para su cuerpo. La palabra ψυχή (psiché) se dice sólo del alma del muerto, y la palabra σῶμα (soma), «cuerpo» en el griego post-homérico, es en Homero «cadáver».

No es en su vida, sino sólo en su muerte (o en situaciones de desvanecimiento) donde se divide el hombre en cuerpo y alma. No se siente a sí mismo como una dualidad escindida, sino como un ser unitario. Y tal como se siente, lo es de hecho. No se trata de responsabilizar de la ausencia de un concepto de alma viviente a una imperfecta observación o a un poder subdesarrollado de discriminación, puesto que en realidad el hombre homérico no tenía «alma» en el sentido actual de la palabra.

El hombre homérico no es la suma de cuerpo y alma, sino un todo. Pero de este todo, porciones específicas, o mejor, órganos, pueden pasar a primer término. Todos los órganos individuales se remiten directamente a la persona. [el término homérico para la persona es «cabeza». De modo semejante, en el lenguaje jurídico romano se usa caput y capitalis por persona y personal, mientras que res es la propiedad. Poena capitalis y deminutio capitis se entienden en ese sentido] Los brazos son así órganos del hombre, no del cuerpo, como thymós (órgano de la excitación) es un órgano del hombre, no del alma. El hombre entero está igualmente vivo en todas sus partes, la actividad que podríamos llamar «espiritual» se puede atribuir a cada uno de sus miembros.

Cada órgano del hombre homérico puede desplegar su propia energía, pero al mismo tiempo, cada uno representa a la persona como un todo. Órganos físicos y espirituales aparecen juntos en el mismo plano y referidos de la misma manera al «yo» (…) de modo dinámico. El hombre es captado más por lo que hace que por lo que es.

El lenguaje homérico diferencia diversos órganos del sentir y del pensar. Cada uno tiene una función específica, pero naturalmente las esferas de acción de los diversos órganos se solapan. Tales centros se llaman: θυμός, φρήν y νοός (thymós, phren y noos). Thymós es aproximadamente la «facultad afectiva», el órgano de los estados de ánimo y sentimientos tales como: enojo,  ira, valor; deseo, satisfacción, esperanza; dolor, asombro, temor; orgullo y crueldad. También se incluyen en el thymós presentimientos que se sustraen a la certeza racional, y deliberaciones con un elemento afectivo. Por último, es el thymós el asiento del ansia de actividad, o de la desgana y la indiferencia. El phren (frenes en plural) es más intelectual. Phren elabora contenidos y representaciones, determina la actitud y convicción de la persona, es la razón pensante, reflexionante y conocedora. Tan racional como el phren, pero determinado de modo más fuerte por objetos y contenidos está el noos, es decir, intuición, comprensión, pensamiento y plan. En tanto que «pensamiento» y «plan»  el noos puede emanciparse de la persona y designar, por sí mismo, el contenido del pensamiento.

El thymós es, de entre todos los órganos, el más abarcador y también el más espontáneo. Aun cuando los órganos no se enfrentan entre sí, puede sin embargo, el «ego» impedir que uno haga lo que desea. El hombre homérico puede «dominar» (δαμάσαι) su impulso (θυμός ο μένος) o «reprimirlo» (ἐπητύειν). La unidad de la persona se conserva en todo caso.

Visto con ojos modernos, el hombre homérico parece maravillosamente sencillo y cerrado. Cualquiera que sea la parte de su ser que actúe y sufra, es siempre el hombre entero quien actúa o sufre. No hay fronteras. No hay escisión entre el sentimiento y comportamiento corporal, la misma palabra designa al miedo y a la huida (φόβος), y la misma palabra se utiliza para «temblar» y «retroceder» (τρέω). Cuando un héroe sufre, caen libre sus lágrimas. Por eso no hay, en el hombre homérico, separación entre la voluntad de acción y la formación de la decisión que, como en el caso de Hamlet, suscitaría la vacilación. Cuando ha conocido lo que ha de suceder no necesita una resolución propia para actuar. El plan mismo implica obviamente el impulso para la ejecución. Así, el lenguaje homérico emplea regularmente palabras tales como «proyectar», planear» (μήδομαι) siempre de manera que implícitamente está incluida la realización del plan.

El hombre se define completa y adecuadamente por sus acciones, sin tener que ocultar profundidades.»

Hermann Fränkel

Poesía y filosofía de la Grecia Arcaica  (p. 87)

Madrid, La balsa de la Medusa-Visor, 1994-2004

Deja un comentario